Se fue
Ya he perdido la cuenta de los minutos, ¿o son horas?, que llevo
clavada, acurrucada, sin moverme, la vista fija en ese cuerpo que yace
inmóvil a pocos metros de mí. No abre los ojos, ni siquiera se oyen ya
los casi inaudibles gemidos que se escapaban de su boca hasta hace unos
pocos minutos, incluso yo diría que no respira. Yo soy una gata
callejera, y el cuerpo que yace inmóvil frente a mí es el de un gato
callejero. Llegó a la colonia apenas hace unos pocos días. Apareció como
aparecemos todos, de la nada. Como si fuéramos humo. Llegan muchos, y
muchos desaparecen tal como llegan, casi sin hacer ruido. Y no volvemos a
verlos.
¿Atropellados? ¿Agredidos? ¿Muertos?
Y así todos los días. Hoy ha sido este pobre gato blanco, tan blanco
como la nieve. Me preguntaba yo al verlo como, un gato callejero, podía
lucir aquel blanco casi inmaculado. Pero hoy, esa blancura había sido
mancillada. Y una línea roja se dibujaba en su frente.
¿Una pedrada? Seguramente.
¿Un accidente? Lo dudo.
Ya hace rato que ha amanecido, pero el silencio me sigue envolviendo.
Solo lo rompe el rumor de las hojas de los árboles, mecidas por la
brisa que llega desde la playa.
Hace rato que ha amanecido, y dentro de poco aparecerán nuestros ángeles.
Nuestros ángeles son dos jóvenes, dos jóvenes que nos alimentan, nos
cuidan. Incluso nos miman, pese a los escasos recursos con los que
cuentan.
Y ahora, mientras sigo contemplando el cuerpo inmóvil, majestuoso en
su blancura, pero al mismo tiempo inquietante, pienso en ellas. Y como
tantas otras veces, llegarán, y al descubrir el cuerpo inmóvil, sus ojos
se llenarán de lágrimas. Y mientras limpian el cuerpo inmóvil, el resto
de gatos de la colonia nos reuniremos a su alrededor. En silencio. Pues
el silencio forma parte de la vida de los gatos. El silencio, y la
soledad.
Y nuestros ángeles nos acariciarán, yo dejo que lo hagan, aunque
otros compañeros de la colonia no se dejan, ufanos en su independencia,
ufanos en querer demostrar que no necesitan al ser humano. Pero se
engañan. Claro que los necesitamos. Igual que los humanos nos necesitan a
nosotros. Y cuando uno de nosotros se va, aún siento más esa necesidad
de compartir humanos y felinos. Y nuestros dos ángeles también lo saben,
y desgraciadamente lo sienten en su piel cuando uno de nosotros se va.
Sigo inmóvil, velando ese cuerpo inerte.
Los gatos tenemos siete vidas, o eso dicen, pero yo creo que son
vidas muy frágiles, mucho más de lo que se piensa. Tan frágiles que
necesitamos ángeles que nos cuiden, que nos protejan… y por qué no, que
nos mimen.
Somos callejeros, sí. Pero os necesitamos. Aunque podamos parecer
huraños, aunque muchas veces nos comportemos como huraños. Y es que
somos así.
Sigo inmóvil, velando ese cuerpo inerte.
Creo que agotó sus siete vidas.
Se fue…
Santiago Guerrero García (Ostane)
(*) Relato ganador del I Certamen de Microrrelatos “Soy un gato callejero”, edición 2016.